Pregón de 2011

Tuve otros amigos en mi niñez cofrade, hermanos de Zamarrilla con los que todavía hoy me unen lazos de amistad y hasta familiares. En aquellos años jugábamos a aprender, todo nos sorprendía y nos ilusionaba. Lo mirábamos todo con la curiosidad infantil y preguntábamos sin descanso. Y sin darnos cuenta nos íbamos haciendo, cada vez, un poco más cofrades.

Pero yo he tenido la suerte de poder vivir esa amistad con muchos otros cofrades de otras tantas cofradías y aprender otras maneras de hacer las cosas. Amigos de la cofradía de los Estudiantes que tantos años me permitieron unirme a su canto de juventud portando al Coronado de Espinas y formando parte de su Junta de Gobierno. Del Sepulcro que me honraron haciéndome Hermano Honorario y de otras tantas cofradías donde me siento orgulloso de contar con grandes amigos. Pero la mía es esta, aquí es donde tengo mi razón de ser y existir, donde me siento yo mismo y tengo mi corazón entregado. Y digo bien, porque si aquí he tenido muchos grandes amigos, también encontré el amor de mi vida.

Con nuestro matrimonio se unieron dos familias cofrades de esta hermandad, ellos de la Virgen de la Amargura y nosotros del Cristo de los Milagros, que son amores distintos.

Pero déjenme que les cuente una anécdota. Paseábamos, un día, mi mujer y yo por el parque de Málaga camino de la cofradía, cuando soñábamos en voz alta sobre tener hijos. De repente nos surgió la duda del millón, ¿qué túnica llevarán, del Cristo o de la Virgen? Y muy seria me dice mi mujer:

– ¡Hombre!, es que mi familia somos de la cofradía de toda la vida. Y sin poder dejarle terminar su argumento contesté:

 – ¡vamos que nosotros somos de la Esperanza!

Y es que estas cosas o se dejan claras desde el principio…

Pero es que los cofrades somos así, ¿que le vamos a hacer?

Todas esas personas que han sido referentes, amigos y compañeros a lo largo de mi vida cofrade, unimos estos vínculos, a veces desde la discrepancia, otras desde la total sintonía, bajo el amparo de la Ermita de Zamarrilla. Lugar entrañable donde los haya. Entre sus muros han nacido generaciones de cofrades y sigue siendo símbolo de respeto, unidad y fe.

Algunos tuvieron a gala nombrarla Catedral de la calle Mármoles o vieron en ella el relicario que guarda a nuestros Titulares, o hablaron de su alma. Y hay quien la ubicó en el mismo centro de la Málaga cofrade. Suscribiría todas y cada una de sus palabras, pero yo os diré que la Ermita es la casa siempre abierta de la Madre, refugio de sus hijos, donde una Virgen de leyenda nos abre, cada día, de par en par, las puertas de Su corazón adorable y nos dice: hijos de Málaga, no sufráis ni lloréis, ¡venid pronto a mi casa!

Permitidme que os lleve ahora a vivir conmigo un Jueves Santo, pero no uno cualquiera, el Jueves Santo de mis recuerdos y emociones.

Ese Jueves Santo comenzará en la mañana. Yo siempre lo asociaré a esos traslados de mi niñez, aquellos que eran preámbulo de una esplendorosa procesión en la noche. Con ellos, ese día, el barrio estaba despierto desde el alba. Las campanas de la Ermita llamaban a rebato y las calles se llenaban de gentes, devotos y curiosos, hermanos y otros cofrades expectantes por el sublime acto.

Desde horas tempranas, algunos soldados de caballería, con uniformes de lanceros, hacían guardia a los Titulares dentro de la Ermita. Y llegaban bandas de cornetas y tambores del Arma y la tropa formaba en la calle. Y con ellos capitanes, coroneles y más tarde generales, que para eso son Hermanos Mayores Honorarios.

La emoción iba creciendo por momentos…

Recuerdo que, por aquel entonces, aquello era divertidísimo para un niño como yo.

Militares por todas partes con sus galones y estrellas. Toques de trompeta, parchas militares que sonaban una y otra vez mientras pasaban revista a la tropa. Primero los coroneles, luego los generales y por supuesto, los ministros que, por aquel entonces, acudían cada año.

Mi abuelo los acompañaba en los honores y, en medio de todos, yo, dando más paseos que nadie arriba y abajo, más contento que unas pascuas.

De todo ello quedan fotos en las que, como no podía ser de otra manera, estaba yo, como siempre, tirándome de unos pantalones que me picaban.

Pero como os digo, la emoción iba creciendo entre las gentes, nerviosas por ver la salida de las imágenes. Por poder mirarlas a la cara y rezarles desde el susurro o desde el desgarro de una saeta.

Y es que la emoción es tan grande en esos momentos, que un nudo se hace en la garganta y el frío se apodera de todos los rincones de tu cuerpo.

Pero al verlos, al poder mirar a la cara al Santísimo Cristo de los Milagros, cuando la paz de su rostro embriaga tus sentidos, entonces el alma se serena y solo quieres pedirle perdón. Perdón por tener que padecer de esa manera, por no haber sabido o querido evitar nuestros pecados a tiempo.

Y llevando Tu Cruz sobre los hombros, sentimos aliviar tu sufrimiento. Y desde ese momento no te querríamos soltar nunca. Querríamos acunarte y mecerte hasta dejarte dormido, hasta que no pudieras sentir la carga de nuestras culpas.

Luego vendrá la Madre, dulce y delicada. Y al tiempo, Madre de coraje en Tu Amargura.

Y sales de tu Ermita a hombros de hermanas de la cofradía que, como buenas hijas, saben como cuidar a quien tanto solicitan.

Y la llevan con la fuerza del entusiasmo. Y la mecen con el cariño acompasado de sus pasos. Y la elevan a lo más alto, como queriendo tocar el cielo malagueño.

Porque están llevando, orgullosas, a su Virgen de la Amargura, la pequeña, la de la rosa en el pecho. ¡Que a ellas la zamarrilla, a ellas, nunca les pesa!

Ya va a ser Tu segundo año en este día, Señor del Santo Suplicio. Y todavía seguimos sin verte cruzar el puente y recorrer las calles de Málaga.

Tu, Jesús el joven. Joven por ser el último en salir de las gubias de Paco Palma. Joven por tener la devoción de los de Tu edad y por Tu inexperiencia en la Semana Santa. Espero que entretanto seas procesionado en la Semana Mayor por las calles de Málaga, los cofrades sigamos dándote culto externo en este importante día para nosotros.

Muchos sueñan con verte en Tu trono, rodeado de faroles, recorriendo esas calles y despertando la devoción de Tus hijos.

No se si será en Jueves Santo, Domingo de Ramos o Lunes, pero cuando llegue la hora, espero poder estar allí para rezarte como el poeta:

 ¡Qué amargo miedo ha quebrantado el filo

de tu entrega total, que nube oscura

ha brotado el perfil de tu figura,

que ya no encuentra compasión ni asilo

Velad, dijiste, mientras yo vigilo,

pero el sueño es humana ligadura

y ante la soledad que te tortura

toda tu humanidad se ha puesto en vilo.

Sin una mano amiga que te acoja,

que pueda consolarte y sostenerte;

fue natural tu queja y tu congoja,

solo el Suplicio preside este momento

que has de sufrir completo hasta la muerte

sin un reproche y sin un lamento.

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