Pregón de 2011

-Gracias por ser como fuiste, por ser el espejo de mi vida y hoy todavía mi rumbo. ¡Por ti y para ti, este pregón!

Pero esta cofradía tuvo la suerte de contar con grandes cofrades y, como no recordar a D. Salvador Pérez Arrebola. Con su imponente figura mandando Tu trono desde la campana, ¡Virgen de la Amargura! Cuantas oraciones mirándote a los ojos.

Salvador, tu fuiste su guardián en las noches de Jueves Santo. Yo hoy he tenido la suerte de conocer a algunos de los tuyos y tratarlos, solo espero haberlo hecho con tanto cariño como tu la cuidaste a Ella.

Y entre esos grandes hombres conocía D. Carlos Roldán, persona entrañable y singular. Respiraba resoplando. Yo, como médico os digo que resoplaba porque, de tan grande corazón no le quedaba sitio a los pulmones. Yo tuve la suerte de salir contigo como Jefe de la Sección de la Santísima Virgen en tu último año de nazareno. Fue la única vez que vestí túnica roja y me siento orgulloso de ello. Por todo y mucho más, gracias.

Como olvidar a D. Antonio García de la Rubia. Muchas conversaciones tuvimos sobre nuestro Cristo en tantas ocasiones en que nos encontramos. Cuantas veces en comidas de hermandad, en la feria o en la Ermita. Un año, siendo muy niño, me regalaste un llavero del Cristo, aquello fue para mi uno de los mejores regalos de mi infancia y hoy todavía lo guardo. Antonio, sabes que te llevo en el corazón.

Pero no puedo olvidar a quien fue grande entre los grandes cofrades de Málaga. Aquel que llenó de jóvenes su cofradía. De cuya mano muchos conocisteis a nuestros Titulares e intentasteis amarlos como solo él supo.

De su entusiasmo y espíritu incansable todavía hoy me hablan y a sus amigos sigo encontrándome allá donde vaya.

Me refiero a Sebastián del Alcázar.

Yo no tuve la suerte de conocerlo en persona, pero siempre estuvo en las conversaciones de casa.

Muchos de los grandes logros de esta cofradía se los debemos a él y a su carácter alegre y luchador, símbolos del mejor espíritu cristiano.

-Fuiste y seguirás siendo Mayordomo Perpetuo del Santísimo Cristo de los Milagros y a sus pies, orgullosos, seguimos portando tu martillo cincelado.

Son muchísimos los hermanos de esta gran cofradía que serían dignos de recordar en un momento como el que nos trae. Algunos en el recuerdo de todos o protagonistas de nuestras conversaciones. Para todos mi recuerdo más cariñoso.

Pero hoy quiero ensalzar la labor callada de otros hermanos nuestros, la labor de esas madres y esposas, como las mías, que desde su generosidad y su comprensión, desde su apoyo y en ocasiones soledad, hacen posible que muchos otros podamos dar ese paso al frente y seguir adelante esta vida cofrade, mientras ellas saben dar continuidad, en sus hijos y nietos, a esta bendita tradición cristiana.

Durante mi vida en la cofradía, muchas veces tuve la suerte de estrechar fuertes lazos de amistad que germinaron en no pocas ocasiones en las filas de la Sección de la Virgen. De ellos recibí su abrazo sincero y la oportunidad de servir a la cofradía y tenerlos cerca.

Cuantos buenos ratos de albacería con ese gran hombre a la cabeza, Pepe Carrillo y su maravilloso grupo de jóvenes, entusiastas y grandes conocedores de los entresijos de la cofradía.

¡Cuantas veces colocando con ellos Tu manto con sus tirantas, Virgen de la Amargura! Cuantas tardes y noches ideando un altar para los triduos! ¡Cuantas horas limpiando plata entre risas y bromas, conversaciones íntimas o sin sentido! Pero siempre juntos todos nosotros, empujando desde abajo para ensalzar nuestra cofradía. Siempre unidos en espíritu de armonía, unas veces en la casa hermandad o la Ermita, otras en algún bar perdido de Málaga, pero siempre, siempre en pro de la hermandad.

Nunca podré olvidar como en esos años me disteis la oportunidad de ser yo quien con toda la delicadeza y cariño restaurara en su limpieza la talla del Santísimo Cristo de los Milagros. Entonces al quedarme a solas con Él, en la penumbra del templo, mis recuerdos volaban a esos que otrora situaban a mi abuelo a Sus pies, y recordaba aquel poema:

Sobre un amplio panel de terciopelo

yace exánime Cristo, mansamente.

Recio varón, en esta tierra ardiente,

que ha caído de las manos del Cielo.

A sus pies, de rodillas, silencioso

un hombre cumple ritos ancestrales,

enjugando sus carnes celestiales

con el deleitoso amor del que es dichoso.

Pues su ser que en los tiempos más crueles,

abrazó con gran fe el duro árbol,

gozará algún día de las mieles

del que sigue la ruta del Calvario.

En cuya cima se hallan los placeres

de mirar a Jesús de los Milagros

que una tarde aliviase de las hieles.

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