CENTENARIO DE ANNUAL

En estos días se cumplen 100 años, un siglo de aquellos trágicos días 22-23 de Julio de 1921 en los que tuvo lugar uno de los capítulos mas tristes y dolorosos de nuestra historia: el Desastre de Annual; pero, a la vez, se escribió a su vez una de las páginas más heroicas de la historia de la Caballería Española.

Tras la salida de las tropas del ejército español de Melilla y recorrer diversas posiciones en el Rif y recuperando otras que habían sido tomadas por las cabilas rifeñas, comienza un acoso jamás visto por parte de los insurgentes rifeños que emboscada tras emboscada y tras un asedio a las distintas plazas controladas por el ejercito español, provoca que éste inicie una retirada de forma apresurada y sin control que deja expuestas a las tropas y muchos de sus componentes van cayendo en el campo de batalla. Concretamente, el 22 de julio de 1921 se había iniciado la retirada de Annual. Esa mañana, la columna abandonó el campamento, comenzando la penosa marcha por Izumar y Ben Tieb, hasta llegar a Dar Drius. La retirada prosiguió el día 23 y cuando estaban cruzando el cauce del río Igan, la columna española comenzó a ser hostigada con gran fuerza y crueldad por parte de los rifeños.

Al grito de «¡Viva España!», los 700 jinetes del Regimiento de Caballería Cazadores de Alcántara nº 14, mandados por el teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, salvaron lo que quedaba del ejército con una serie de cargas, al precio de un 80 por ciento de bajas. Cargaron una decena de veces contra los rifeños con un único objetivo en la mente: proteger la retirada de los desafortunados compañeros que llegaban desde el aniquilado campamento de Annual. Lucharon y murieron como leones y de no ser por su heroicidad, aquella cruenta jornada dos millares de combatientes españoles habrían sido asesinados a sangre fría por los hombres del líder local Abd el-Krim. Sin embargo, estos castizos centauros se sacrificaron para proteger a sus compañeros de armas.

La tragedia del regimiento no sirvió al Alcántara para ganar la Laureada Colectiva de San Fernando. Aquel reconocimiento tuvo que esperar hasta 2012. Con todo, sí granjeó a sus integrantes la gloria que ofrece el saber que la columna del general Felipe Navarro (formada por unos 2.000 hombres) logró pasar el cauce del río Igan con cientos de heridos y arribar felizmente a lugar seguro. Y es que, para los rifeños era tristemente habitual dar buena cuenta de los prisioneros a base de cuchillo. Todas aquellas cargas las llevaron a cabo, por si cabe alguna duda, sabedores de que lo que les esperaba era el otro mundo.

No en vano, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera (al frente del Alcántara durante el Desastre de Annual) espetó lo siguiente a sus hombres antes de que comenzara la lid: «¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio, que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos».

Y desde luego, no lo fueron. Inexplicablemente, el Regimiento de Alcántara no recibió en aquel momento la Laureada Colectiva que había merecido por su sacrificio ya que en aquella época era necesario “tapar” la triste y vergonzosa derrota sufrida en el Rif. No fue hasta casi un siglo más tarde, después cuando en un acto en el patio de armas del Palacio de Oriente el Rey impuso la Laureada Colectiva a la unidad por la valentía que demostraron y de este modo se hacía justicia con el Regimiento de Alcántara, saliendo a la luz la heroica acción que permitió poner a salvo al grueso de la tropa en Monte Arruit. Su hazaña fue inmortalizada por Mariano Benlliure en un grupo escultórico que representaba a cuatro jinetes del Regimiento pertenecientes a diferentes épocas y que el 25 de junio de 1931 sería inaugurado a la entrada de la Academia de Caballería de Valladolid.

Pocos días después, ya en Monte Arruit, algo más de 3.000 soldados (los supervivientes de la retirada, más quienes ya guarnecían la posición) quedaron sometidos a un duro asedio, que duró doce largos días, en los que no cesaron de recibir intenso fuego y asaltos del enemigo, que fueron rechazados bravamente. Había que ir a traer agua fuera de la posición, pero las aguadas resultaban sangrientas, al estar completamente batidas por el enemigo. La dureza de las condiciones de aquel cerco, cada vez con más heridos, más muertos, en unas condiciones de un patetismo atroz, resulta muy difícil de imaginar en toda su extensión y en todo su horror. Sin embrago, durante esos doce días, los defensores de Monte Arruit, agotados hasta el extremo, exhaustos, casi espectros, se comportaron con un coraje, una abnegación y un heroísmo encomiables, resistiendo lo indecible, con honor y bravura, en medio de increíbles penalidades. Al final, no quedaba ni una gota de agua, ni víveres, ni medicinas, ni casi municiones. Ni fuerzas, ni esperanzas. Estaban abandonados a su suerte. Lo único que continuaba era el intenso fuego enemigo. Y la sed espantosa. La resistencia era insostenible.

El general Navarro, autorizado por sus superiores, parlamentó con los notables moros. Se pactaron unas condiciones. Se acordó que se entregaría el armamento y que los españoles saldrían libres, siendo escoltados hasta la misma Melilla. Era el 9 de agosto de 1921. Hace ahora casi 99 años. Se preparó todo para actuar según lo convenido. Se organizó el transporte de los heridos. El general -herido en una pierna y apoyado en un bastón- y un pequeño grupo fueron conducidos por los jefes moros a las inmediaciones de un edificio próximo. Y en ese momento se produjo la traición. Hordas de rifeños irrumpieron en la posición y comenzaron a disparar contra las tropas, agotadas, desarmadas e indefensas. Algunos que todavía no habían entregado el armamento, se defendieron con arrojo hasta morir. La matanza fue cobarde, salvaje, vil. Una verdadera carnicería. Muy pocos consiguieron escapar. Y simultáneamente, el pillaje y el saqueo. El general Navarro y unos cuantos más fueron apresados y llevados a Axdir, el feudo de Abd el Krim. Allí se les fueron uniendo prisioneros de otras posiciones, hasta sumar alrededor de 500, de los que sobrevivieron unos 300, que serían liberados 18 meses después, tras un largo y penoso cautiverio.

En el campo de batalla de Monte Arruit quedaron esparcidos los cadáveres de más de dos mil seiscientos soldados españoles. Algunos de ellos mutilados y con muestras de haber sido cruelmente torturados. Allí permanecieron, insepultos, hasta que dos meses más tarde, las tropas españolas que a finales de octubre reconquistaron la posición, se encuentren con el dantesco y macabro cuadro. Identificaron a los que pudieron y a todos les dieron cristiana sepultura. Se hizo en una fosa común con una única cruz, la que fue conocida como la Cruz de Monte Arruit. Años más tarde los restos fueron trasladados al Panteón de los Héroes del cementerio de Melilla, donde reposan en la actualidad.

Hoy queremos recordar a nuestros hermanos los Jinetes del Arma de Caballería y elevamos una oración en recuerdo de aquellos valientes soldados que entregaron su vida por España y para salvar a sus compañeros sin importarle en absoluto perder la vida pues con ello salvaban a sus compañeros de armas.

Que Nuestros Sagrados Titulares intercedan para que hoy, cien años después de su heroica acción, siga brillando para ellos la luz eterna y reciban el cariño y el entrañable recuerdo en reconocimiento de su valor y entrega.

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