Pregón de 2011

Sí, nací aquí, aquí me bautizaron, en la Ermita de Zamarrilla, en la casa del Padre, en mi primer hogar.

Oficiaba el sacramento Don José Ávila Barbo, a su lado mi abuelo, Hermano Mayor de la cofradía, junto a él, mi padre y al otro lado mi abuela y madrina, a la sazón Camarera de la Virgen al igual que mi madre, en cuyos brazos, apenas salido de su vientre, me encontraba yo. Y al fondo, el Cristo y la Virgen en su camarín. Tras las aguas se me impuso el escapulario de la Hermandad y por eso, desde entonces puedo decir, que yo nací zamarrillero en mi barrio de la Trinidad.

Pero no quiero que olviden esa imagen, ella sintetiza lo que fui y lo que sigo siendo. En ella podréis ver los tres grandes pilares de mi vida: la fe, la familia y mi cofradía. Todas y cada una de ellas entretejidas en fuerte lazo de unión. No podría separar cada una, todas estás en mí y yo formo parte de todas ellas.

Por eso, este humilde pregonero viene a definirse a sí mismo, a contar sus sentimientos, a expresar lo que corre por sus venas, en definitiva, a partir su alma en dos para mostrar lo que lleva dentro. Que no es más que un palpitar cristiano, de un corazón de hijo, que bombea sangre de rojo zamarrilla.

Y si a destaparme vengo, quisiera ahora hablaros de algo tan entrañable e íntimo como es mi familia.

Comenzaré por hablaros de mi abuelo, D. Federico del Alcázar y García. Muchos pudisteis conocerlo, y aunque mi perspectiva puede ser distinta, por el cariño que me profesaba, puedo asegurar de su valía como hombre, de su profesionalidad con sus pacientes, como hoy me consta. Pero sobre todo, de su espíritu cristiano, nervioso y valiente, decidido a llevar a lo más alto y mostrar a toda Málaga el esplendor de la cofradía de la Amargura. Él se rodeó y dio paso a la gente joven de esos tiempos, los abrazó y los llenó de ilusión para seguir adelante. Hizo partícipe a las mujeres, Y en definitiva, casi de la nada, sin medios y con coraje, nos dejó enseres, tronos, vinculaciones y orgullo. Nos dejó en herencia una gran cofradía, la cofradía de hoy, nuestra Hermandad de Zamarrilla.

Por eso hoy, erigiéndome en portavoz de todos los hermanos, quiero hacer un homenaje sincero a él y a todos los hermanos mayores que, desde los primeros pasos de la historia de esta cofradía, supieron llevar el estandarte de ilusión cristiana y cederlo a tiempo para su continuidad hasta nuestros días.

Pero mi verdadero amor por la cofradía, ese que continua en mi y ha podido mantenerse vivo incluso ante las vicisitudes de tantos años, se lo debo a mi padre. Él, desde su labor callada, en muchos términos desconocida por tantos y también silenciada por otros, supo transmitirme hasta el más profundo sentimiento por el Santísimo Cristo de los Milagros y por la Santísima Virgen de la Amargura.

¡Vosotros si sabéis cuantas conversaciones, cuantas historias y anécdotas jalonaron nuestra relación paterno-filial. Como se le iluminaba la mirada al rezarte o hablarte. Como fuiste su guía en todo momento y hasta el final. Como Te fue fiel hasta el ocaso de sus días. Como su fe en ti, Señor, fue el aliento en el que recostar su sufrimiento y el que nos hizo fuertes a los suyos. Él, a quien debemos tantas y tantas cosas muchos de los aquí presentes, fue en su hacer y su ilusión el mejor de los cofrades. Y además yo tuve la suerte de que fuese mi padre.

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